domingo, 16 de enero de 2011

Huir



Hay momentos que quedan inevitablemente grabados en la memoria. Imágenes atemporales que nos persiguen de por vida.
Tu mirada oscura clavada en la mía de una forma peculiar, como si me estuvieras estudiando y te perguntaras dónde meter a un trasto como yo. En qué rincón de tu vida encajaba o dejaba de hacerlo.
El suelo se sentía frío bajo nuestros pies descalzos, pero no parecía importarnos en ese momento, y la lluvia que nos salpicaba de lejos le daba al cielo un aire de apocalipsis, como si en lugar de limpiar el agua sólo se dedicara a corroer los sueños de un mundo demasiado podrido. Pero eso no importaba. En ese instante sólo estaba tu mirada, el poder flotar en esos extraños destellos castaños, dulces, fríos, fuertes.
Una sensación de deja vu se plantó en mi mente, y en ese pequeño y fugaz momento habría jurado mil veces que moriría por seguir así para siempre, con ese miedo constante que se tiene al ser feliz; al darte cuenta que por ley de vida las cosas sólo pueden empeorar.
El ambiente estaba cargado de un olor a alcohol caro y fragilidad, como si la situación por si sola fuera demasiado inverosímil para sostenerse, como si mi mundo perfecto de arena fuera a desplomarse al unísono del agua salpicando los tejados de ese maldito sitio.
Empezaste a temblar. Tenías la misma expresión de fuerza y tranquilidad de siempre, pero estabas temblando.
Sin darme cuenta de lo que hacía me acerqué y perdí mis labios sobre los tuyos. El mundo empezó a girar, ya nada tenía sentido ni parecía necesario que lo tuviera. Sólo quería huir.
El exterior se presentaba como el mismo fin. El viento parecía querer destruirlo todo. Como si hubiera adivinado nuestras mentes y hubiera decidido por fin hacernos libres.

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