sábado, 1 de enero de 2011

Ilusiones


Escribir es una terapia.
Contra la soledad, las voces gritando en mi cabeza parecen unirse y callarse por un ratito cuando escribo, como si me dieran mi ansiada paz, la que tanto busco dentro del vacío interior.
Supongo que todo esto no son más que palabras desaprovechadas, que soy incapaz de mostrarme a nadie por miedo a que descubran mi falta total de valor u originalidad, la mediocridad que conlleva mi persona.
A veces el odio y la envidia me corroen hasta el blanco de mis ojos, no soy capaz de ver más allá de lo que creo haber perdido por cobardía y me duele tanto el no tener lo que en los demás parece tan natural que me entran arcadas.
Soy tan hipersensible al rechazo y doy tanta importancia a lo que me rodea que me arde en la piel el simple hecho de no sentirme imprescindible cuando yo creo morir mil veces al imaginarme sin la protección del cobarde, la miserable rutina. Y cada vez que me siento caer, como hoy, cada vez que creo que mis cielos de falso autocontrol se desploman y aplastan mi cabeza en algo parecido a un manojo de vísceras putrefactas (no voy a negar que la imagen me fascina) no encuentro razones para seguir, y me doy cuenta que la única razón que siempre valdrá es la de encontrar una meta, algo que me haga seguir. La esperanza de encontrar esperanza.
Malditas paradojas del destino.


Algún día aprenderé a dejar de vivir de recuerdos.

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