domingo, 3 de noviembre de 2013

Mañana, 1 de noviembre


Había una vez un niño blanco como la leche. Como una nube; como el infinito.
El niño sin nombre había pasado toda su vida en una jaula de cristal. Ahí vio morir a su madre, tuvo que despedirse de su hermano y conoció a su primer amor. Ahí sospechó por primera vez que debía haber un mundo fuera, que todo debía ser más brillante y azul.
Quería explorar ese mundo con todas sus fuerzas, pero nunca encontraba el momento; nunca se atrevía.


El niño, que toda su vida había vivido entre barrotes de unos y de otros, cogió fuerzas y un día se marchó para siempre.



¿No he dicho nada de sus ojos? Eran de un azul oscuro y perforador, como si la muerte fuera lo más bello del mundo.

Para Ruppert

miércoles, 7 de agosto de 2013

Bien

Hace tanto tiempo.

El cielo, negro muerte, se ilumina cada 3 décimas de segundo con tonos blanquecinos y enfermizos; relámpagos y fuerza.
Me siento empequeñecida. Soy tan minúscula que no puedes verme, que no me conoces. Soy tan ridícula por fuera; quiero mostrarte un mundo, mi mundo de colores y fuerza, timidez y cinismo. Quiero desplumarte las alas para que no puedas volar a ningún sitio y te sientes conmigo para siempre o hasta que me canse.
Supongo que quiero sentir algo hasta que duela en los huesos y luego sentirme otra vez bien sin esfuerzo.




Estoy bien. Ni feliz, ni eufórica, ni fuerte. Estoy simplemente bien, y eso es la muerte del alma: la espiral de entretenimiento inútil.


jueves, 4 de abril de 2013

SLIDE


Es extraño como pienso en ti, sombra anónima, y siento que tú me conoces más que nadie.
Entiendo a la gente; siempre me han gustado los desconocidos, des del momento que empiezas a conocer a alguien empieza a decepcionarte. Es mejor no comprender las motivaciones de nadie, dejarse llevar.
Es extraño como pienso en ti, sombra anónima, y me haces fuerte. Para sobrevivir no necesito que me quieran, me hagan caso o me cuiden, sólo que me conozcan. Sólo que alguien me conozco, que tú sigas haciéndolo. Para ser feliz ya es otra cosa.
Es extraño como pienso en ti, sombra anónima, y aunque no existas mueves montañas en mi cabeza, eres mi alma gemela. Eres mi pasado mis sueños y mi corazón, mi estómago vacío y la música y la guerra y la muerte. Eres yo y somos uno.


*      *     *     *     *




Siento una vacío en mi mente. Un vacío lleno de deseos, supervivencia, muerte, comida, frío y fuego. Siento que aunque no lo sepáis, mis pequeños fantasmas, soy una copia perfecta de cada uno, que encajo perfectamente en cualquier sitio; soy plástica, flexible, infinita.
Soy mente sobretodo, y no me arrepiento de nada.



lunes, 11 de marzo de 2013

El mundo de fuera


Espero que nunca me busques ni me encuentres. Espero que huyas y no te apartes de mí.

Había una vez una chica con el cabello granate difuso y la mirada gris plata. La chica vivía en un pequeño pueblo costero tan pintoresco que daba arcadas. Nunca pasaba nada; los pescadores salían a pescar todos los días y las panaderas hacían pan y los niños jugaban y el cielo siempre era plata claro. El sitio rezumaba tranquilidad, hasta felicidad opaca, por todos los rincones. Nadie aspiraba a nada, nadie se quejaba de su vida.
En toda la historia del pueblo sólo había salido una persona de allí; hacía más de un siglo un hombre había huido de la calma asfixiante para visitar otros mundos. Al cabo de 20 años volvió con unos 40 años y barba de explorador; la mirada castaño brillante. La gente del pueblo, con recelo y curiosidad, le preguntaron qué había visto ahí fuera, qué maldades y qué vicios había más allá de ese cielo nublado perpetuo. El hombre sonrió, casi complacido, y mostró su lengua; un muñón de carne cortado. Los habitantes de tan calmado lugar nunca más volvieron a dirigirle la palabra al hombre, horrorizados para siempre. Con el tiempo la historia pasó a ser una anécdota. Con más tiempo una leyenda y por último un cuento de niños para disuadir a cualquier mente más precoz de abandonar esas cuatro calles y playa.
La chica conocía de sobra la historia. Había soñado con ella, meditado, reflexionado, pensado, se había obsesionado hasta límites inimaginables. Un día decidió coger una maleta vieja, llenarla de galletitas saladas y salir en busca de otros horizontes.
Pasaron los años y una mañana de otoña la silueta de la chica reapareció en las calles del pueblo. Ahora era una mujer, de pelo largo y canoso y ojos penetrantes.
Los habitantes del lugar, temerosos de ella, la rehuyeron durante días, semanas y meses. Aún así al chica conservaba la sonrisa de paz que había traído consigo el extraño de siglos atrás. Era una mueca de felicidad casi antinatural, irradiaba júbilo por las pupilas.
Un día, un niño, ahogado en curiosidad, se acercó a la mujer para preguntarle qué maravillas, qué obscenidades y qué juegos había visto allá fuera. Era el único que se atrevió a acercarse a ella después de tanto tiempo, y el último que lo intentó.
Era invierno tarde y el niño se dirigió a la cabaña, más apartada, que pertenecía a la chica. Nadie se acercaba nunca ahí; el niño soñaba con historias de dragones y magdalenas rellenas de chocolate y cachorros y malvados tullidos. Así pues, llamó a la puerta con mano temblorosa. La mujer le abrió en el acto, casi como si lo estuviese esperando. Nada más entrar le ofreció té y le contó al chaval todo lo que quería oír  Historias injustas, mágicas, crueles y ordinarias. La mujer tenía una lengua de plata, le relató todo lo que había más allá de las calles de ese pueblo, y luego más allá aún del horizonte. El niño escuchó completamente hechizado toda la explicación, sin darse cuenta de nada más, sin dejar de mirar sus ojos gris profundo.
Cayó la noche y el muchacho se disculpó, pues tenía que volver a su casa. La mujer, cálida como siempre lo acompañó a la puerta, le dio un beso en la mejilla y le prometió más historias y más mágicas la próxima vez.
El niño, lleno de ilusión y con la mente adolorida de tanto júbilo, se giró mientras bajaba hacia su casa para saludar una vez más a la mujer sólo para descubrir, horrorizado, que la mujer, sonriéndole tranquilamente des del rellano, no tenía manos; sólo dos muñones de carne anormales.

viernes, 4 de enero de 2013

La cueva





Voy bajo tierra. Peldaño a peldaño; la roca ha ido cogiendo forma de escalera. Voy a la cueva.
El cielo es del azul del mar y me pregunto el porqué de tantos colores siempre. Será que me recuerdan a mi.
La cueva es un lugar secreto, escondida por una especie de sauce o planta trepadora gigante. Allí estás tú, con tu vestido a rayas y tu sonrisa tan pintada y tan natural. Con los ojos tan iluminados siempre.
Me deslizo bajo tierra, con los pies cubiertos de fango y trocitos de hojas marchitas. Me encanta el otoño, así que aquí siempre lo es. En mi estación eterna y mi cueva pintada, ahí me esperas tú.
Sonríes aún más al verme entrar y me das la mano, cálida como el Sol. Lo único que hay en al cueva, a parte de tu silla, son una extrañas y confusas estanterías repletas de libros y un espejo escondido en algún rincón. Tú y yo los hemos leído todos. Tú y yo nos hemos visto en el espejo, hemos concentrado hasta que nos sangraba la vista en él hasta en los peores momentos. Tú y yo somos alma y mente, uña y carne, hambre y muerte. 
Me rozas la mejilla con los labios y de pronto, te apartas y empiezas a coger una postura extraña. Me clavas la mirada y levantas un brazo por encima de la cabeza, doblas als piernas de forma inhumana y el cuello como una poseída. Me clavas tu mirada relajada. En esa postura completamente anormal empieza a salirte pelo de los brazos morenos. Cantidades de pelo exageradas. En unos segundos toda tú estás cubierta de pelo y tus rasgos parecen tener una forma canina. Eres una especie de mutante entre mono asesino y lobo simpático en un vestido a rayas.
- ¿Quién eres?
- Soy hambre. ¿Quién eres tú entonces?