sábado, 8 de enero de 2011

Caer



Me sentía caer hacía el vacío, sabía que éste me engulliría y lo único que quedaría de mí sería un recuerdo difuso, como si mi propia existencia se plantease el haber sido real. Y continuaba cayendo como quien no quiere la cosa, mi cuerpo inanimado, como si sólo fuese el maniquí, la cárcel en la que siempre me he sentido rehén, y mi conciencia, liberada ya de todas las comparaciones, experiencias, circumstancias... sólo caía hacia la oscuridad. Por una maldita vez en mi despreciable existencia podía decir que no recordaba nada. Estaba completamente en blanco. Y sólo caía.
No había nadie que fuera a recogerme una vez en el suelo, ni ninguna esperanza de mundos mejores, ni siquiera tristeza. Había perdido hasta la melancolía que parecía ser ya seña de mi identidad.
Era libre.
Por un instante realicé donde estaba. Las baldosas frías sólo me volvían más insensible, cogí y saqué una a una las bolitas de la felicidad, como las llamaba. La cosa prometía a sueño seguro. El agua tenía un extraño sabor acre, como si tuviera bilis en los labios, pero yo no me sentía amargada; sonreía mientras caía.
No abrí los ojos, no me veía capaz, pero eso tampoco importaba.
Entonces pensé en él.
No recuerdo muy bien si lo que sentí fue desprecio hacia mí misma, tristeza o simple esperanza tonta, de ésa que no tiene sentido.
Creo que sólo vi una cosa clara, y es que no me lo merecía. Que no había hecho nada para merecerme el poder caer en el olvido, ser libre de una maldita vez, volar hacia alguna especie de rara e insana felicidad. No me había ganado aquello. No tenía derecho a quedar como la víctima cuando la culpa era sólo mía.
Clavé mis ojos, creo que enrojecidos, y fui incapaz de pensar en mucho más. El instinto pudo conmigo.
Entre arcadas y náuseas volvía a la maldita superficie.


http://www.youtube.com/watch?v=yThCx-3Says

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