viernes, 15 de abril de 2011

Withered


Hay momentos en la vida condenados a la iluminación. Pequeños instantes que se paran, que se vuelven eternos durante unas pocas pulsaciones.
Abres los ojos y las visiones te caen encima ligeras, como plumas deslizándose en sueños.
Era verano, pero todo distaba mucho de parecerse siquiera a la masa de sudor y cerebros quemados propios de las vacaciones. La brisa era suave y te envuelve un aire dulzón. La luz era blanquecina, como si tres pasos por encima de nuestras mentes estuviera la mismísima entrada al cielo; aunque, de echo, eso no importaba mucho. Todo tu alrededor era el maldito cielo. Los girasoles bailaban al compás de la brisa, miles de flores en los campos circumdantes a la casa. Era una construcción más bien pequeña, como la típica de cuento de hadas. Ventanas pequeñas y paredes color carne resplandecían al sol. Cruzaste eufórica el camino que conducía directamente a la puerta principal (y, de echo, la única que había). Todo ese sitio estaba desprovisto de recuerdos, transimitía sensaciones, sí, pero no había pasado alguno encasillado en esas imágenes, olores y texturas. El suelo era duro bajo tus pies descalzos, pero tú eras tan ligera que parecías rozarlo en lugar de correr.
Al llegar a la puerta toda la impaciencia se borró de golpe. Rozaste el pomo metálico. Había algo que no cuadraba en todo eso, pero no lo habías notado hasta entonces. Algo infectado, podrido habitaba esa casa. Tanta perfección en un todo no podía manifestarse sin más. Tenías que apartar la mano de la puerta, el tiempo apremiaba. El pomo empezó a fundirse y engullir tu mano al contacto. No había dolor, todo era simple desesperación.
Hubo un golpe seco y la puerta se abrió. El interior era jodidamente oscuro después de la pura luz exterior. Todo tenía una aire difícil de digerir, como una manzana podrida. La casa no tenía muebles a parte de una mesita y una silla de niño. Las paredes parecían infectadas de alguna sustancia mohosa y corrosiva, pero era la figura que se recortaba contra la poca luz que se filtraba del exterior la que intoxicaba el ambiente.
Era una niña. Tendría unos 12 años. Su pelo, extrañamente canoso, se deslizaba en largas coletas por su espalda. Estaba sentada de forma que su cara sólo podía apreciarse de un ángulo vago, peror entonces se giró de golpe. Su ojo derecho era un hueco infestado de criaturas blanquecinas y gruesas, algo así como gusanos. El izquierdo en cambio era tan claro que parecía emitir una fantasmal luz propia en medio de la oscura estancia.
-Rechazo, rechazo, bienvenida a casa.-la voz era extraña, dulce y melodiosa, pero con un tono de desprecio total.-Rechazo, rechazo, bienvenida a casa.-repitió la primera parte como quieriendo remarcarla.-Soy S, creo que nos veremos bastante a partir de ahora.
Su risa, entre demoníaca y moribunda, inundó todo mi mundo, tan perfecto y frágil.

No hay comentarios: