sábado, 16 de abril de 2011

Adelante


El mundo no estaba hecho para alguien como ella. Llevaba el pasado tatuado en el alma y tantos amaneceres llorando en la cama le concedían ese aspecto intocable, de que se rompería al instante de acariciarla.
Sabía que ese sitio estaba infectado. Sus gentes, calles, cada piedra de cada edificio y tejado estaba diseñado para el remordimiento. Cada soplo de aire salado entrando en los pulmones era la perfección de la culpabilidad.
Entonces algo cambió. Uno puede resignarse a morir lentamente o jugárselo todo. Compadecerte de tus propias heridas o echarte sal y seguir adelante.
El aire era cálido, asfixiante, y en la carretera podían vislumbrarse oasis que sin duda llevarían a mundos paralelos. Ese martes cogió su maleta roja, la que utilizaba cuando se iba de colonias años atrás, y sólo se fue.


A ellos sólo les importaba de donde viene la gente, pero lo realmente importante es hacia donde va.

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