viernes, 24 de junio de 2011

Para quien sea (y tú ya sabes quien eres).


La pulsación es fuerte, marcando el ritmo de la respiración, la lucha, el amor. La pulsación es la vida misma. Todo vibra y se mueve lento.
El cielo es tan azul que duele al mirarlo y cuesta imaginar que en ocho horas toda esa luz sea simple oscuridad. Hace esa clase de calor que no molesta, sólo acoje. Vamos en un coche, aunque eso poco importa, lo trascendental es el viaje, el camino estúpido hacia ninguna parte que nos lleva al centro de mi insospechada felicidad. Estás sentado a mi lado, aunque no conduciendo, pues nadie hace falta que lo haga. Esto es mi mente, y, si quiero que los coches se conduzcan solos, pues lo hacen. Creo que vamos a la playa, a ver ese mar de plata infestado de maleficios y leyendas.
Sonríes y sonrío. Almas muertas, inexistentes, resucitadas. Te diría que te quiero si no lo hubiera hecho ya mil veces. Te diría que todo es genial si no viera que tú ya lo sabes. Te diría mil cosas pero no hay palabras; las letras se escapan, ágiles y marchitas. Hay momentos donde las descripciones sobran.
Sonríes y sonrío. Y tu mirada, de café y coca cola me anima a ser feliz, como si no serlo en ese momento fuera un insulto hacia el universo. Ese jodido universo que, extrañamente, hizo que te encontrase.
Sonríes y sonrío. Siempre había creído que el echo de dos personas completándose mutuamente no era más que ser el uno impaciente y el otro paciente, uno alegre y el otro triste. Pero nada puede ser tan simple. La combinación perfecta es el mismo yin yang; tú jodiendo mis fantasmas y yo exorcizandos tus demonios.




No me gusta esta canción, ¿pero quién soy yo para discutir la perfección de este instante?

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