jueves, 24 de marzo de 2011

Casualidades (y delirios)



Hacía tiempo, mucho, demasiado tiempo que S no pululaba mis sueños ni daba señal de seguir coleando.
La astros se había reducido a cuerpos más cercanos y pequeños, las supernovas abundan poco en estos tiempos. La diferencia se tacha de fealdad y la perfección lo es por ser inalcanzable. Pero no, las supernovas sudan de esas gilipolleces. Ellas, o cualquier entidad que llegue a tal grado de perfección, tienen algo más. Son sueños hechos realidad, pesadillas. 

Justo cuando te acuerdas de algo así es cuando, casualmente, pasa. Suerte que la casualidad es sólo la explicación científica de algo que aún se ignora.
Y allí estaba ella. No pensé que se pudieran echar de menos tales delirios.
Su cuerpo, siempre frágil y pequeño, estaba de espaldas a mí, sentada en cuclillas con la concentración trabajando en algo, completamente ajena a mi persona.
Por un instante quise acercarme y tocarle el hombre, e hice andemán de ello.
-¿Qué quieres?
El tono era cortante. Sabía perfectamente lo que sucedía alrededor.
-No sé. A lo mejor te echaba de menos.
-Nah, admítelo. Nadie echa de menos a otro ser, otra persona ajena a su entidad. El supuesto altruismo de la humanidad no da para tanto. Como mucho echarás de menos la puta tranquilidad que te daba el tener siempre una salida.
-Siempre tan comprensiva, tú.- No tenía ningún tipo de lógica, pero su presencia me alegraba en esos instantes.
-¿Qué te pasa?
Más cortante. Si seguía así haría de mí rodajas.
-Te necesito. Siempre te necesitaré a mi lado.-la habitual súplica que le echaba cada vez que quería aplacar sus ánimos.
-Lo sé. Justo por eso soy la reencarnación de tu perdición. Morirás por mí, y lo sabes.
-No pienso morir por nadie más que mí misma.
-¿Y yo quién soy?
-Touché.
Por primera vez se giró y pude verle el rostro; me miró intensamente. Parte de la tranquilidad inicial se fundió en el ambiente, convirtiéndose en miedo inoxidable, con la duda de si realmente algo de eso era buena idea. Si no sería demasiado para mí.
Su piel estaba completamente blanqucina, y su expresión era la de un no-muerto o cómo coño los llamaran.
Se levantó con agilidad y empezó a dar vueltas a mi alrededor.
-Dime una cosa. ¿Quieres morir?
-¿Ahora?
-Sí, ¿quieres?-su voz era casi eufórica, como si el simple pensamiento la pusiera de bun humor.
Fruncí el ceño, la cosa no me cogía por sorpresa siendo ella quien formulaba las preguntas, pero aún así era algo desconcertante.
-No. No quiero hacerlo. Si sigo vivita y coleando es porque quiero.
-Y eso te deconcierta.-arrugó ligeramente la vista, mirando fijamente a un punto unos 5 centímetros por encima de mi hombre izquierdo.-¿Quieres saber por qué ocurre? Bueno, tú tranquila, en cualquierr caso el que tengas dos días de tranquilidad no significa que hayas madura, encuentres paz cotigo misma y demás cháchara estúpida. No, sólo son altibajos.
-¿Entonces?
-Bueno, si mi presencia te gustaba es por algo. Está claro que cuando vuelvas a caer yo estaré ahí para arrastrarte completamente. No me digas que esperabas un tractado de paz. Tú y yo jamás la tendremos.
Juro que era el momento más irreal de mi vida. Maldita luna gigantesca, su recuerdo aún me desconcertaba.
La brisa pasó suave a nuestro lado, pues las ventanas estaban abiertas de par en par sin que yo las hubiera tocado siquiera. Pero bueno, el mismo cielo se abría encima de S con una sola mirada suya.
Aún así el viento no le cambió un solo pelo de sitio. Seguía completamente intacta.
Me costó un instante conseguir dilucidar mentalmente lo que S decía.
-Sé que jamás habrá silencio en mi vida. Pero una existencia tranquila no es a lo que yo aspiro.
Le di mi mejor sonrisa, y ella me correspondió con una escalofriante.
-Quizá tengas razón.

Siempre había sentido que mi vida eran un cúmulo de casualidades muy improbables sucedidas. Tantos encuentros fortuitos y segundas oportunidades no podían ser porque sí, pero tampoco tenía suficiente alma como para creer en algo más.

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