lunes, 7 de febrero de 2011

Nacidos para morir

S. Odiaba el mundo que la rodeaba con tanta fuerza que nadie adivinaría que estaba muerta por dentro.
Tenía la figura escuálida, algo huesuda, pero se movía con gracia al mismo tiempo. Su sonrisa era imposible y siempre tenía el ojo derecho cerrado; con el otro clavaba una mirada de supernova, donde los colores se ahogaban entre sí, difuminándolos por encima una luz blanquecina en el sitio donde debería estar su pupila. Aún así nunca miraba a nada a la cara.
Sus manos eran incríblemente hermosas, con dedos de pianista y uñas perfectas, pero esa visión casi angelical se veía contradecida por sus maneras. Vestía un traje blanco gastado, algo con corte demasiado masculino que le daba cierto aire elegante y a la vez asexual.
Su voz eran escalofríos bajando por la espina dorsal asegurados, tenía un timbre femenino y algo afónico, incluso tirando a dulce, pero esto siempre chocaba con la dureza de sus ideas.
S. S tenía una visión muy clara de la vida. Todo el mundo debía haber nacido para algo. Y si no era así, más nos valía morir a todos cuanto antes y salir de nuestra miseria. El amor era un engaño, la confianza una pérdida de tiempo, y la amistad algo podrido desde el principio.
S. S quería vivir, pero no sabía cómo.
S repudiaba todo lo que no podía tener para sí misma. S hubiera matado a su propia madre si eso le hubiera dado cierta paz. Pero sabía que jamás escaparía de ella misma.
Aún así S siempre tenía un plan.

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