viernes, 31 de diciembre de 2010

So, so you think you can tell...

  Cerraba los ojos y volaba.
  No estoy muy segura de cómo lo conseguía, o de si realmente todo eso no eran más que ilusiones de humo. Pero sabía que en el instante exacto cuando cerraba los ojos y su boca se torcía en esa media sonrisa triste ya no estaba conmigo, ya no estaba en ese parque con su pitillo entre los dedos ni las pequeñas quemaduras de su mechero, ya no estaba sentado sobre la hierba aún húmeda, su pelo dejaba de oler a esa extraña mezcla de alcohol y perfume caro y desaparecía del mundo en el que el resto de mortales nos veíamos cerrados. Él podía volar, conocía el truco.
  Y el destino se paraba en esos instantes, y el mundo se caía en pedazos, y el ruidito de su respiración se volvía la razón del sol. Y yo intentaba seguirle, y me perdía siempre a medio camino.
  A la mañana siguiente me prometía dejar de hacerlo, volver a mi vida. Y a la noche volvía a carcomerme deseando estar ahí con él, aunque sólo pudiera verle volar. Aunque ni siquiera supiera qué es lo que hacía para ser tan jodida y perfectamente diferente.
  Veía el mundo trasncurrir a través de esos ojos oscuros, como pozos de misterio, sin darme cuenta, años después, que llegaría el momento en el que no recordaría el color de sus destellos, que todo lo que creía conocer era falso.
  Pensaba que si me concentraba en cada detalle, en recordar cada sinuosa curva de humo ascender hacia el cielo de mis infiernos llegaría a entender el truco. Que llegaría a descubrir que tengo alas y me elevaría hacia mi felicidad como quien no quiere la cosa.
  Y ahora lo único que queda de todo eso es un jodido recuerdo improbable, surreal.

  Aún recuerdo cómo cerraba los ojos y volaba.

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