viernes, 31 de diciembre de 2010

Historias de un amanecer


 
   Y entonces supe que había acertado. Que aunque sólo fuera una noche para mí significaría la eternidad echa trocitos, que la muerte llegaría con las primeras luces, y no sería cruel, ni hiriente. Simplemente justo.
   Sólo necesitaba tenerte a mi lado, entiéndeme. Debíamos ser uno con el tiempo, con la eternidad del universo. Y aunque te fueras con lágrimas de terror no te compadezco, esa voz en mí sólo susurró tu nombre e hice lo que debía.
   Juraste que eras diferente, y yo te hice eterna, te di la libertad para que cumplieras esos sueños que no te atrevías a murmurar, que la sangre de tus venas se congelara para que pudieras aprender a llorar, o volar. Entre tristezas de una vida pasada y emociones fugaces, sé que me entendiste, y que en el fondo tú oías la misma voz anhelando por la inocencia perdida, ese susurro que parecía crecer con el tiempo y elevarse a infiernos de inquietud.
   Con cada segundo de recuerdos que parece una vida entera espero que al fin llegue la hora de que te vea a mi lado, de que todos los estúpidos cuentos que jamás creí tuvieran algo de cierto, de que el escepticismo se quede atrás, y, con el simple tacto de una mirada todo cobre algún sentido. Sólo quería que entendieras que la vida es miseria y compañía, y que una vez explotada el alma únicamente teníamos una salida.
   Y mientras un filo de tu sangre se escapa y me acosas con el ruidito de tu respiración sólo supe sonreírte como se hace cuando crees conocer una vida maldita por detrás y una esperanza fugaz de mundos paralelos, de coincidencias imposibles. Entre acordes e historias de amor jodidas, cogí y apreté el gatillo, el cañón enfriando mi sien, sabiendo que al otro lado dejaríamos de estar perdidos.

   Sumiéndonos en luz.



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