lunes, 23 de julio de 2012

Cierra los ojos


No es que no escriba por pereza, ni por no querer pensar, ni por falta de sentimiento. No escribo porque no quiero estancarme.



Había una vez un hombre con una bolsa en la cabeza. El hombre era una persona normal en todo salvo en ese detalle; al despertarse cogía la bolsa y se la colocaba en la cabeza, sin mirar a nada, para volver a quitársela por la noche a oscuras y poder dormirse. No es que él fuera jodidamente feo y tuviera que esconderse del mundo, justo lo contrario. El hombre era un visionario; se había dado cuenta que como menos viese del mundo más feliz sería, así que nunca hacía nada sin su bolsa.
Curiosamente, el hombre había tenido una hija años atrás, aún habiendo llevado la bolsa en la cabeza des de niño. Sin embargo, no sabía nada de ella ni de la madre. No sabía nada de nadie. Todos los días eran lo mismo para él; se despertaba, se ponía la bolsa en la cabeza y se iba a trabajar. Lo que él hacía era pegar las pequeñas bolitas al borde de las alas de los sombreros mejicanos, por lo que no necesitaba la vista para ello. Después de sus 14 horas de trabajo diario volvía a casa, donde se sentaba a pensar en cómo había pegado las bolitas ese día y a oír los ruiditos que hacía el único ser que lo llenaba espiritualmente; un hámster viejo llamado Limonada.
El hombre era feliz; no podía ver la tele por lo que no sabía nada de economía y la crisis que acechaba el país, pues tampoco gastaba dinero en nada más que no fuera comida para Limonada. Tampoco había visto nada de los frecuentes ataques de sociópatas catalogados siempre de terroristas, los engaños políticos, las revoluciones, el hambre en África, la música de preadolescentes y las violaciones en masa. Tampoco sabía nada de su hija, que había muerto años atrás en un accidente con una tarta de cumpleaños. No sabía nada de lo malvado de este mundo, por lo que el hombre estaba siempre feliz.
Pero un día Limonada dejó de hacer ruiditos. Ya no se oía el raspar de sus patitas contra el papel de la jaula ni cómo mascaba comida.
El hombre de la bolsa, que ese día había pegado más bolitas de lo habitual y se sentía feliz, quedó congelado al notarlo. El silencio dolía en los oídos, por lo que empezó a llamar al hámster, rogando de que sólo estuviese dormido. Intentó encontrar la puertecilla para abrir la jaula, pero no veía nada. Llamó a Limonada hasta que se dio cuenta de que el pobre hámster posiblemente ni siquiera sabía su nombre, además de estar muerto. No pudo más, se quitó la bolsa de la cabeza de golpe y entrecerró los ojos hasta acostumbrarse otra vez a usarlos. Cuando pudo abrirlos, clavó su mirada en la jaula, vacía. No había rastro de Limonada por ningún lado.
Pero no sólo notó eso el hombre. Tantos años con la bolsa en la cabeza lo habían mantenido siempre a salvo del universo, pero ahora se la había quitado. Ahora todo caía sobre él de forma avasallante. Fue consciente de todas y cada una de las desgracias de la humanidad y, sin Limonada, ya no tenía razón para seguir trabajando en la tienda de sombreros mejicanos para poder pagarle la comida. Así que lo que hizo fue coger un cuchillo de cocina, ir hasta ahí un martes tarde y dejar en estado grave al dueño y tres clientes. Es lo que tiene estar en mala forma y llevar sólo un cuchillo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, soy Luis de Desmotivaciones, por cierto ya elimine mi cuenta, te escribi varios mensajes ahi y perdoname por estar ofuscado , es que no me respondias y ahora trato de ubicarte por aqui, estoy enfermo, tengo depresion bi polar, ataques de panico,sindrome obsesivo compulsiva, fobia social y un principio de esquizofrenia, estoy tomando 3 tipos de pastillas que me tienen dormido casi todo el dia, pero un lapso de eso, me puse a ver la forma de escribirte, porque no se nada de ti.

Espero que recibas este mensaje y que estes bien.

Tu amigo que te quiere, Luis

Tonetxo dijo...

Directo, cruel y sincero. Como la vida misma.
Relatas de una forma tan concisa y abrumadora que asusta un poco.
Me encanta.

Beso