miércoles, 3 de agosto de 2011

I wish I was the moon


Hacía tiempo que no llovía así. 



El mundo estaba cubierto de sombras, el cielo lloraba sangre y la luna era su paño. La calle, llena de caras imperceptibles y efímeras, estaba cubierta de aire, etérea. Yo caminaba hacia ninguna parte, conducida por entes superiores hacia mi pequeño destino; una plaza escondida entre los mapas indescrifrables de esa ciudad.
Los árboles, aún rojizos por la lluvia que ya aminoraba, escondían ese sitio de cualquier rayo de luz que intentara traspasar y lo hacían parecer una cáscara, un sitio seguro y aislado de todo lo demás.
La plaza conectaba tres callejones más, en forma de x, como la cruz que se tacha en exámenes o la que tú llevabas encima, sentada y escondida, olvidada y perdida.
Tu figura estaba detrás del tronco de árbol más grueso, escondida entre los pliegues de un vestido blanco que se arremolinaba a tus pies. Los míos, que ya no me respondían, me llevaron en tu presencia, como quien no quiere la cosa. Tenías la mirada lejana y empeñada en soledad; esa luz que te decía que todo estaba hundido, que todos caeríamos en el vacío.
Te levataste y aprecié tu persona como algo impredecible, y es que sólo eras una sombra perdida. Con pasos vacilantes te acercaste y noté tu perfume a limón. Acercaste tus labios a mi oreja. Ibas murmurando algo ininteligible, como hablando en sueños. Entonces, por quién sabe qué maldita ley física paraste, y tus ojos, brillando en ternura y tristeza a partes iguales, se alzaron, como mostrándome. La oscuridad espesa, con la luna más roja que la sangre misma, de fondo.


Hacía tiempo que no relucía así.

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