martes, 27 de marzo de 2012

Funeral


Hace un día bonito. Es como si la luz hubiera vuelto después de mucho tiempo, hace calor y todo parece estar más vivo, más vibrante que antes. ¿Antes de qué?



Cierro los ojos y vuelvo a verte. Siempre me pasa, aunque no sepa quien eres. Me pregunto si algún día, al atreverme a ponerte nombre y cara, seguirás siendo tú, sombra anónima, o si desaparecerás como humo.
Estás en un cementerio, cerca de una de las decenas de tumbas, todas blancas. La brisa suave retuerce la hierba, bien cortada. Todo es tan perfecto que no me parece más que plástico. Es como si alguien te hubiera cogido y pintado una mueca inexpresiva, de cabeza de muñeca arrancada, y te hubiera puesto en un paisaje de paz y sueños perdidos. Tan macabro.
Cruzas tu mirada por el lugar hasta toparla con la mía para diseccionarme. Desprecio a los que intentan meterse en mi cabeza sin ser invitados. Te quedas observándome des de lejos como si fuera un bicho raro que hubiera que sacar de un sitio santo como ése. Aún así, el contacto sólo dura un instante, al segundo te giras y vuelves a mirar la tumba que tienes cerca. De pronto, hay algo magnético en esa lápida, como si todas las respuestas estuvieran ahí. Me acerco sin notarlo siquiera; me pregunto si, si me lo propongo, seré capaz de controlar mi cuerpo. Aún la ligereza de mis pasos hay algo fatídico, y es que el espacio y tumbas que hay entre tú y yo parece multiplicarse. Empiezo a correr y esta vez todo el peso del mundo me cae encima para desear que cada paso sea el último. Corro hasta que mis piernas arden y mis venas bombean ácido de batería y luego sigo corriendo, pero me pierdo en la oscuridad mientras la tumba y ese paisaje tan falso se pierden en la lejanía.
En el instante en el que decido rendirme todo el cansancio desaparece y me planto ahí, yo sola, en medio de ese vacío, observando cómo el cementerio y esa luz tan perfecta están cada vez a más y más distancia para oír una voz, aguda y pequeña, que no hace más que repetir la misma estupidez.

A veces te adoro tanto que me olvido de que no existes.

"No te reconoce."

miércoles, 14 de marzo de 2012

Sombras


El tiempo no existe, se funde con el espacio en el azul cobalto del cielo. De ese cielo que tampoco existe, porque no hay nada que exista sin que se crea en ello, y ya nadie cree en el cielo, como tampoco creen en la humanidad, la mente y el alma.
Aun así hubo un tiempo en el que sí creíamos en que se podían mover montañas con un pestañeo, en la magia o en la salvación de lo insalvable; el amor. Hubo un tiempo y hubo gente que lo sostuvo, porque sin nadie que cuente los segundos que pasan nada tendría sentido.
Somos todo y somos nada. Fuego y agua. Cielo y tierra. Mente o alma.



Sombra A
El cielo es rojo carmín y se refleja en su mirada. Cadáveres de sueños pasados se deshacen como telarañas por doquier, pues a diferencia de la aburrida Tierra, ese lugar sí tiene un material del que se tejen los sueños; es algo frágil y corrompible. Su figura, esbelta, no puede ser otra que la de una sombra; fantasma del remordimiento. Ni siquiera existe, pero eso no es problema para anhelar. No sabe cuánto hace que está ahí; siente el paso de las horas como fuego en el alma, cada vez más fuerte, cada vez más eterno. Hay algo que falla, algo que siempre ha fallado en ese sitio, que no es más que consciencia, que no es más que emoción.
La música empieza a sonar, y ella baila con el aire y hace que se retuerza, vibrando sin esfuerzo.

Sombra B
El cielo es azul cobalto y se refleja en su mirada. El océano a su alrededor es infinito, pero no es agua lo que lo forma, sino palabras. Y es que ahí las palabras tienen material propio, algo fuerte y persistente, inmortal. Su figura, esbelta, no puede ser otra que la de una sombra; fantasma de lo que nunca sucedió. Ni siquiera existe, pero eso no es motivo para no llorar. Y sus lágrimas se funden con el océano de sus pies en algo extraño; la soledad de ese sitio se puede leer en cada molécula de su cuerpo. Hay algo que falla, algo que siempre ha fallado en ese sitio, que no es más que consciencia, que no es más que pensamiento.
La música empieza a sonar viniendo de ninguna parte.

Y esa música, sin sílabas ni melodía, no es más que un simple mensaje. Y ambos son uno sin saberlo. Ambos se funden, se aman, se necesitan más allá de la muerte o cualquier parámetro descriptible. Sin saberlo. Porque la perfecta complementación no viene del negro y el blanco, del odio y el amor. Todo radica en la mente y el alma; tú jodes mis fantasmas, yo exorcizo tus demonios.

sábado, 3 de marzo de 2012

Carta a cualquiera de mis fantasmas




A ti, seas quien seas (y tú ya sabes quien eres):

Siempre he pensado que es divertido ver como, en mi mente, nadie es más que una sombra, un símbolo de mi nada. Deshumanizo a las personas para extraer sensaciones propias; quizá sea ésta una de las peores formas de matar porque, al final, nunca recuerdo a nadie: sólo me queda su reflejo en mí misma, lo que significó.

Quizá nunca vuelva a sentir tu fuerza interior, ésa que compartías sin pedírtela siquiera. Quizá a base de sarcasmo mental sea algo más fría a cada día, y quizá nunca dejaste de ser sólo un fantasma, como todos los demás. Te pienso y te anhelo, para buscarte luego en mis pesadillas y pedirte perdón, para sentir sólo un ratito más esa fuerza tuya, cálida, sin límites. Tan tierna.
A veces me descubro pensando en si algún día te quise a ti, seas quien seas, aunque sólo fuese un poquito. Si ese amor llegó a ser, al menos una vez, algo altruista.
Y es todo mentira. No se puede amar sin egoísmo, ni se puede dejar de querer lo necesitado.

Quizá te eche de menos y jamás me lo oigas.

Hasta la próxima, Infinito.

viernes, 2 de marzo de 2012

Vienen los alienígenas

Recuerdo los veranos que me pasaba encerrada en el desván de la granja, raspando el jabón contra el suelo de madera oscura, haciendo marcas que se me antojaban alienígenas.



A veces me pregunto si hace falta algo más que empeño para salvar la Tierra.